A reír, a gozar y a comprar: Postales rituales, es la tercer parte del proyecto Postales temporales: Evocaciones sonoro visuales, beneficiado con el PECDA 2012-2013 que otorga el ICBC. La propuesta consta de tres instalaciones sonoro visuales que intervienen espacios públicos de la ciudad, dirigidas a los ciudadanos de a pie.
El objetivo es propiciar en los peatones la evocación de episodios vivenciales comúnes, pero que insertados en un contexto distinto al habitual, permitan una reconfiguración del hecho cotidiano en Mexicali, así como contribuir a la recuperación y apreciación del entorno sonoro de la ciudad.
Postales rituales consta de tres videos presentados en timelapse, los cuales se componen por distintos aspectos de rituales de socialización practicados por todas las personas: la fiesta, la comida y el consumo.
El llamado es bien conocido, ¡ya está la comidaaaaa! Y prestos se asoman los chicos y los grandes, bailándoles la solitaria, gruñendo salvajes las tripas y hecha agua la boca. Muchos de nuestros mejores recuerdos están habitados por las comidas de la abuela, de la madre e inclusive de algunos platillos preparados por nosotros con esmero, principalmente por aquello de que de la vista nace el amor.
Luego, aquellas postales cálidas de casa se van difuminando para dar paso a la vida del comensal de calle, descubriendo restaurantes o carretas improvisadas de sabores impactantes y grsa al por mayor. El misterioso encanto de los tacos. Y el culto a lo que nos engorda.
A través de la comida nos conocemos un poco más. A través de los entremeses y el botaneo nos resulta más difícil desapegarnos de alguien, cortar el lazo. Reunirnos alrededor de la mesa procura un alivio, una pausa en la rutina enajenada. Los mejores pensamientos, los sinceros sentimientos emergen al segundo bocado. El primero encanta el espíritu. Panza llena, corazón contento.
En el acto de comer se devela nuestro ser íntimo. El número de veces que masticamos la comida, el qué tanto ingerimos y si nos repetimos o no, si la boca abierta o cerrada, si la mano o el cubierto, que si qué bebida para acompañar, cuántas servilletas usamos, que si hablamos mucho o nada, etcétera. Los modales sobre la mesa dictan las reglas en este juego social, de grupo.
Los olores, los colores, la presentación y el entorno a la hora de este ritual son determinantes para su éxito y plena satisfacción en el comensal, más no para su desarrollo: Las piernas hacen de mesa, el carro se torna cómoda sala, comemos de pie, caminando. Todo determinado por el ritmo ajetreado de la jornada laboral.
Cuando comemos solos se siente un vacío que el alimento no llena. Si bien es evidente que así no tenemos que guardar las apariencias ni sumir la panza, la magia de comer acompañado radica en que es mediante ese intercambio de miradas, de palabras y también de sonidos al masticar, que descubrimos y compartimos un placer bien elemental: darle combustible al cuerpo, respirar y vivir.
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